AUTODEFENSA
Una
pareja de científicos de la Universidad de Missouri, Jack Schultz y su mujer
Heide Appel, ha estado estudiando
durante más de treinta años, algo que cualquier propietario de jardín con
césped conoce muy bien, el olor a hierba recién cortada.
¿Pensarás que es una idea extraña? No es tan seguro, ya
que todas las plantas producen un olor cuando se las corta, se las poda o se
las agrede. Era finalmente bastante lógico que alguien intente entender el
porqué. Los descubrimientos que han hecho esos científicos resultan bastante
sorprendentes. Puedes leer el artículo de Cody Newill, publicado en Kcur.com
(en inglés) http://kcur.org/post/fresh-cut-grass-smell-mu-researchers-say-its-your-grass-crying
“El
olor de la hierba recién cortada, es la hierba que pide ayuda”. Efectivamente,
Jack Schultz nos explica que “uno de los tipos de productos químicos que
produce la planta cuando esta atacada por insectos se llaman volátiles u
olores, que se desplazan por el aire”.
Se
trata de una señal cuyo propósito es primero de atraer a predadores, como
pájaros u otros insectos depredadores, diciéndoles “venid aquí a comer, hay
orugas para vosotros”.
Al
mismo tiempo, la planta agredida sintetiza toxinas y repelentes (nicotina,
cafeína y aceite de mostaza), con el fin de reducir la intensidad de los
ataques.
La
planta no sabe determinar que o quien es el agresor. En principio, una agresión
de este tipo es debida a orugas u otros insectos. Pues pide ayuda cuando le
pasa la cortadora de césped pensando que eres un tipo de oruga grande (y
ruidosa).
El
equipo de Jack Schultz también probo someter la planta a vibraciones similares
a las que producen las orugas alimentándose (al principio del artículo, aunque
no entiendas inglés, puedes escuchar el ruido que hace la oruga comiendo). La
planta produce entonces hasta 35 veces más cantidad de las moléculas tóxicas.
Lo
que no se decir, es si la planta sabe hacer la distinción entre la vibración de
una oruga comiéndola, et la de una vaca paciéndola. Me imagino que la planta no
reacciona de la misma manera frente a un rumiante. Si encuentro algo al
respecto, te lo diré.
Pero
esto va bastante más lejos, ya que esta señal también sirve para informar a sus
congéneres de la inminencia del peligro, para que pongan en marcha sus sistemas
de autodefensa. Un tipo de vanguardia que se sacrifica por el bien del pueblo
entero. Un bonito ejemplo de solidaridad vegetal (o de instinto de supervivencia
de la especie).
En
otro artículo, también en inglés, escrito por Jessie Rack y publicado en
npr.org, http://www.npr.org/sections/thesalt/2015/06/29/418518152/why-you-should-thank-a-caterpillar-for-your-mustard-and-wasabi?utm_source=facebook.com&utm_medium=social&utm_campaign=npr&utm_term=nprnews&utm_content=20150629 aprendemos
que lo que hace el sabor especifico del wasabi o de la mostaza proviene de una
evolución progresiva de las plantas en su lucha permanente contra sus
agresores. Los trabajos de Chris Pires y su equipo, una vez más de la
Universidad de Missouri, sobre la “carrera evolutiva al armamento”, demuestran
que la planta ha desarrollado sistemas de defensa, que los insectos han
aprendido a esquivar. La planta, a modo de reacción, ha reforzado sus defensas,
y así sucesivamente, hasta hoy, cuando la selección varietal realizada para
cubrir las necesidades nutricionales y agrícolas, ha seleccionado entre los
caracteres presentes para elegir los que interesan más a los humanos. Pero los
compuestos químicos naturales que son los aromas específicos en algunos casos
(mostaza), irritantes (pimienta, guindilla) o tóxicos (cicuta, datura) son
sobre todo sustancias de defensa contra los agresores.
Para cerrar
este capítulo apasionante y enorme, otro artículo, también en inglés, escrito
por Nathanael Johnson y publicado el 25 de agosto en grist.org, http://grist.org/food/theres-a-new-sustainable-ag-technique-in-town-and-its-cleaning-up/ se interesa a una interesante consecuencia de los
trabajos de investigación anteriores.
Hace 22
años, un entomólogo, Zeyaur Khan invento un método de cultivo, que llamo
push-pull, destinada a permitir a los agricultores locales de producir maíz sin
soportar las consecuencias desastrosas de las orugas del taladro del maíz por
una parte, y de la competencia de una hierba local invasora, la striga por otra
parte. Los agricultores locales, no instruidos y pobres, no podían recurrir a
los plaguicidas. La técnica, puesta a punto después de largas observaciones de
la flora y de la fauna locales, combina el maíz como cultivo principal, con la
hierba de elefante (pennisetum purpureum) y del desmodium. La hierba de
elefante tiene la particularidad de ser mucho más atrayente para el taladro que
el maíz, y de ser luego capaz de matar a la oruga. El desmodium tiene la
particularidad de ser repelente para los insectos, y de ser tóxico para las
semillas de determinadas hierbas, entre las que se encuentra la famosa striga.
La técnica,
cuyos resultados son controvertidos, ya que su eficacia no es constante, y es
difícil de adaptar a otros cultivos y a otras áreas, ha tenido el gran mérito
de mejorar notablemente los ingresos de los agricultores. También es una pista
de trabajo y de reflexión para una evolución posible de los métodos de cultivo
en el futuro.
Un campo de maíz devastado por la striga (foto FAO)
Existen
numerosos estudios en el mundo que demuestran que, al fin y al cabo, no sabemos
mucho de plantas.
Poco a poco
estamos descubriendo un mundo vegetal impresionante, que sorprende por su
organización y sus capacidades insospechadas hasta ahora. Una vía probable de
futuro será de aprender a estimular a la planta de tal manera que sus
capacidades de autodefensa se expresen mejor, y le otorguen al agricultor cierta
interacción con sus cultivos.
Quizás se
podría conseguir reducir las necesidades de tratamientos y de fertilizantes
dándoles un mayor protagonismo a las plantas. En cierto modo, la planta
produciría, y el agricultor se convertiría en pastor de plantas.
Pero
cuidado, esta perspectiva es muy bonita y probablemente utópica, ya que nos
queda muchísimo que aprender.
Un corto
artículo publicado el 24 de agosto en la página web Freshplaza.es, http://www.freshplaza.es/article/91132/Un-alem%C3%A1n-muere-tras-comer-un-calabac%C3%ADn-casero
nos cuenta (en español) la triste
anécdota siguiente:
“Un alemán de 79 años de edad ha fallecido tras
consumir un calabacín de producción casera que probablemente desarrolló por sí
mismo una sustancia venenosa. Esto no suele pasar en los calabacines, pero en
algunos casos raros puede suceder. El hombre y su esposa estuvieron muy
enfermos durante dos semanas después de consumir el calabacín y finalmente
ingresaron en el hospital. La mujer se recuperó pero la salud del hombre siguió
deteriorándose hasta acabar falleciendo.
El culpable del envenenamiento es una sustancia
denominada cucurbitacina, que solía aparecer de forma natural en calabacines y
pepinos como defensa natural para evitar que los animales los comieran. Durante
los últimos siglos los productores han conseguido eliminar la sustancia a
través de los programas de obtención, pero si la gente cultiva sus propias verduras,
la sustancia puede reaparecer. Por tanto, es recomendable probar una porción
del calabacín crudo si es de cultivo casero. Si la verdura sabe mucho más
amarga de lo habitual, esto puede indicar la presencia de la cucurbitacina.
Esto mismo se aplica también a las calabazas”.
¿Qué
debemos sacar de esta historia?
¿Qué
relación existe entre el principio de este artículo y esta triste anécdota
final?
Simplemente
que si la planta debe defenderse, produce, en cantidades inusuales, toxinas
totalmente naturales para ahuyentar o matar a sus agresores. Y es que esas
toxinas se mantienen presentes en la planta durante cierto tiempo, y en
cantidad desconocida.
Suponiendo que en el
futuro, seamos en condiciones de interactuar con el cultivo para pedirle de
auto-defenderse con el fin de reducir las necesidades de plaguicidas, será
imprescindible que también seamos capaces de conocer todas las toxinas
producidas, y de medir su cantidad antes del consumo del alimento.
Y
volvemos, por caminos indirectos, a un punto del que ya te he hablado
anteriormente, pero que sigue preocupándome mucho:
La
agricultura ecológica, con todas sus variantes, rechaza el uso de plaguicidas
de síntesis. Pero usa, excepto la biodinámica, un importante abanico de
plaguicidas ecológicos, que son toxinas naturales peligrosas para la salud.
También acude a varios estimuladores de autodefensa, que es precisamente mi
tema de hoy. Sin embargo al día de hoy, la legislación no obliga a declarar la
integralidad de los compuestos de los plaguicidas ecológicos, ni a conocer las
toxinas que desarrollan las plantas cuando se ponen en situación de
autodefensa, y aún menos a controlar los residuos potencialmente presentes de
estas sustancias naturales en los alimentos puestos a disposición del
consumidor. O sea que el consumidor de alimentos ecológicos comprar con toda la
tranquilidad del mundo y con el apoyo de las autoridades responsables,
productos potencialmente más peligrosos que los alimentos convencionales, sin
embargo tildados de portadores de veneno.
Otro
punto se merece una reflexión: las famosas semillas autoproducidas por el
propio agricultor o por el hortelano, o compradas en la tienda de semillas. Es
un elemento importante del debate actual. Esta anécdota aporta un argumento muy
interesante a favor de las semillas certificadas. Es que, aunque el caso sea
felizmente excepcional, nos encontramos ante una situación de semillas
autoseleccionadas, que han degenerado con el tiempo, regresando a un “estado
silvestre”, produciendo cantidades importantes de toxinas de autodefensa. Este
fenómeno no habría ocurrido de tratarse de semillas certificadas. Estamos en
presencia de un ejemplo típico de lo que puede aportar una semilla comprada, en
términos de seguridad de los alimentos.
Es
una excelente ilustración del dicho “no todo lo que brilla es oro”, que en este
caso se puede traducir por “los productos los más peligrosos no siempre son los
que creemos”.
Y a
modo de conclusión, te diré lo mismo que para un animal que desees adoptar.
Cuidado, estas plantas de tu jardín o de tu huerta son plantas salvajes
domesticadas. En cualquier momento, sus instintos salvajes pueden reaparecer.
Especialmente, no dejes que tu huerta sea invadida de insectos o enfermedades.
¿Te parece poco importante, y te da igual comer frutas y hortalizas feas si
vienen de tu jardín? Vale, pero las plantas intentan defenderse, ya que forma
parte de su naturaleza salvaje. Es posible que empiecen a producir toxinas cuya
existencia ni siquiera sospechas, y que los alimentos que vas a coger con total
confianza y con orgullo, en realidad sean peligrosos.
¿De
verdad quieres tener tu propia huerta? Ningún problema, pero cuídala muy bien,
es una cuestión de salud.
Si tu
nivel de comprensión del inglés es suficiente, te aconsejo muchísimo escuchar
la entrevista radiofónica de Heide Appel y Jack Schultz, disponible al
principio del primer artículo citado. Es muy claro e instructivo.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire