samedi 24 décembre 2016

95- El espíritu de las plantas -7- Las enseñanzas de un árbol de incienso

EL ESPIRITÚ DE LAS PLANTAS – LAS ENSEÑANZAS DE UN ÁRBOL DE INCIENSO

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Encontré este artículo, primero publicado en inglés, luego en español, en un blog en español y en inglés, que me gusta mucho “Imaginando Vegetales” y que recomiendo a todos los que les gusta las plantas, la poesía, la imaginación, y las “historias de personas y plantas”.
Es una bonita e inusual historia para estas fiestas de fin de año.

Tal como lo recomienda Aina S. Erice, la autora, mejor leerla “Al son de: Jocelyn Pook, Caótica Ana BSO

Este artículo apareció publicado en inglés por primera vez en el núm. #33DESERT de la revista The Planthunter, y puede leerse aquí.



Supongamos por un momento que las Upaniṣads indias tuviesen razón, y que en tu próxima vida pudieses regresar como árbol. ¿Cuál escogerías?

La decisión no es moco de pavo, teniendo en cuenta la longevidad (al menos, potencial) de los árboles. En primer lugar, podrías reflexionar sobre las características intrínsecas de tu futura versión fotosintética (¿alto y bien plantado, o más humilde en forma y estatura? Flores: ¿sí, o no? Y así, suma y sigue)… o bien escoger en función del vecindario que más te atraiga.

¿Dónde preferirías vivir? En una selva tropical, tal vez un bosque templado… ¿qué tal instalarse en un desierto?

Ya, ya sé. La descripción del barrio no es para tirar cohetes. Temperaturas extremas todo el año; hambre y sed frecuentes. Intensa presión de herbívoros hambrientos. Largos períodos de silencio y soledad. Se aconsejan tendencias eremíticas: compañía escasa y ruda.

Más bien poco tentador.

Sin embargo, no todos pueden darse el lujo de escoger, o así nos lo cuenta el poeta romano Ovidio en sus Metamorfosis: en estas historias de “mutadas formas a nuevos cuerpos”, ceñirse corteza y hojas suele ser resultado de una tragedia. Violencia, incesto, traición, amor, pérdida… los dioses caprichosos juegan con las debilidades humanas, aun necesitándonos para que les rindamos culto. ¿Quién honraría sus altares con incienso, si no la humanidad?

Estando así las cosas, a pocos sorprenderá que los orígenes míticos de los aromas anhelados por los dioses estén envueltos en sufrimiento. Destaca, con todo, un detalle curioso:

y es que las muchachas cuyos cuerpos metamorfoseados destilan las fragancias más preciosas resultaron convertirse en árboles del desierto.

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Tal fue la suerte de la pobre Leucótoe, princesa de un reino oriental lejano cuya belleza obnubiló el juicio del dios Sol de tal manera, que la deslumbró —literalmente— hasta seducirla. El rey, como suelen hacer los padres comprensivos al descubrir pecadillos de este tenor, la castigó enterrándola viva. A su vez el inconsolable (y ¿sorprendentemente inútil?) amante regó su tumba con néctar perfumado, que penetró en el cuerpo de la joven hasta hacerla rebrotar bajo una forma nueva.

Y quiere la leyenda que el árbol resultante, de agradable aroma y henchido de sol, fuese el árbol de olíbano: Boswellia sacra, más conocido como franquincienso.

Ovidio nunca había visto al olíbano creciendo en su hábitat natural*; su historia metamórfica sencillamente contaba las desventuras de una muchacha, del sufrimiento destilado hasta tornarse perfume digno de ser ofrenda divina.

*de hecho, ninguno de sus contemporáneos parecía tener la menor idea de qué pinta tenían siquiera tan míticos vegetales.

Y si bien los árboles de olíbano no sufren, no cabe duda de que les toca soportar no pocas dificultades y estrecheces, viviendo como viven en una tierra apenas tocada por la lluvia, de suelos pobres y calor aplastante. Ser árbol enraizado en la antigua Arabia Felix (Omán, Yemen) o en el Cuerno de África no suena exactamente a vida fácil; si estuviese yo en el lugar de Leucótoe, me parece que estaría bastante irritada (“no bastaba con enterrarme viva y convertirme en planta, noo; ¿encima me toca vivir en un desierto? ¿En serio?”).

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Hablando con propiedad científica, está claro que no podemos transformarnos en plantas, ni siquiera imaginar qué significa ser planta: nos es imposible figurarnos cómo siente la sed un árbol de franquincienso.

La ciencia nunca podrá decirnos si las plantas del desierto “sienten subjetivamente” más estrés que sus compañeras en la selva.

Sin embargo, la poesía y la metáfora no son tan puntillosas como la ciencia, y nos permiten hallar en el reino vegetal un espejo verde en el que vernos reflejados —ideas, conceptos, incluso dilemas y lecciones de vida… y así sucede con el olíbano.

Ya en tiempos de Ovidio, todos sabían perfectamente que no todos los granos de incienso son idénticos: pueden variar en color, tamaño, en perfiles aromáticos… resumiendo, su calidad es variable. El momento de su colecta puede afectar al resultado (se dice que el mejor se recoge durante la estación del monzón, cuando el calor es mayor), pero aún y así existen diferencias entre árboles crecidos en lugares distintos.

Uno podría argumentar que la calidad es un concepto muy resbaladizo (lo es), y que a veces las diferencias existen únicamente en nuestra mente y nuestros sentidos (también cierto). De hecho, puede que una de las mayores sorpresas para el sistema tradicional omaní de gradación de incienso haya sido descubrir que los aceites esenciales de sus olíbanos de mayor y menor calidad tienen perfiles químicos prácticamente idénticos.

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Sin embargo, aceptemos por un momento que las diferencias en calidad son objetivamente reales; podríamos preguntarnos entonces, ¿por qué tales diferencias? ¿Es debido a las cualidades intrínsecas del árbol, o es por culpa de sus circunstancias ambientales?

Quince años atrás, un estudio intentó responder a la pregunta… y los resultados parecen un curioso guiño a Ovidio y sus trágicas doncellas. Al comparar distintos ambientes —algunos más estresantes, otros menos—, los investigadores hallaron que los árboles que producen olíbano de mayor calidad son aquellos que viven bajo condiciones más duras, con suelos más pobres y sin recibir lluvia alguna (¡apenas sí les llega el rocío del monzón!).

Poéticamente se diría que las dificultades y escaseces sufridas se subliman y condensan en un perfume más exquisito del que se obtiene mimando y regando a los árboles con nutrientes y agua.

Cierto, los árboles no son personas.

Y sin embargo, podría sacarse una moraleja olibanística que me suena bien…

Uno podría contar cómo la adversidad y las circunstancias más duras pueden ser el cincel que, eliminando lo superfluo, revela la esencia, las cualidades más ‘fragantes’ de la persona.

Claro que no siempre sucede así.

Pero si estás pensando en tu próxima vida como planta, te sugiero que consideres el desierto como un buen vecindario en donde expresar lo mejor de ti mism*.



REFERENCIAS

Hoy, pocas :)

El mito de Leucótoe en las Metamorfosis de Ovidio puede leerse libremente aquí (vía Cervantes Virtual).

El artículo que analizaba correlaciones entre las condiciones ambientales y la calidad del olíbano obtenido es Al-Amri, M. y Cookson, P. ‘A preliminary nutritional explanation for variations in resin quality from wild frankincense (Boswellia sacra) trees in the Dhofar region of the Sultanate of Oman’, en Horst, W. J. et al. 2001. Plant nutrition – Food security and sustainability of agro-ecosystems: 328~329.

Del olíbano en todo su esplendor tengo una serie de tres artículos sobre esta fascinante sustancia vegetal, que puedes consultar aquí.

Ilustraciones

La fotografía que encabeza el artículo es un estupendo árbol de Boswellia sacra en el parque omaní de Wadi Dawkah, cortesía de Kathi Ewen del blog wanderingquilter :)

Hay frustrantemente pocas pinturas de Leucótoe (más de la tercera en discordia en el mito, Clitia… pero de la pobre Leu, casi ná). Una de ellas es la obra que incluyo aquí, del francés Antoine Boizot, y actualmente en el Musée des Beaux-Arts de Tours (al menos, según Wikipedia). Otras imágenes y grabados pueden verse aquí (explicaciones en italiano).

El resto de fotografías son de una servidora."




Una observación para concluir este articulo y darle una lógica en este blog:

En agricultura, conocemos muy bien los efectos de las restricciones sobre la calidad de las frutas y hortalizas.

Es así como los mejores melones se consiguen en suelos muy arcillosos, en los que las plantas sufren más. El agricultor elige, entre las tierras de las que dispone, las que le darán la mejor calidad.

Del mismo modo, las viñas no se riegan o solo poco y se fertilizan poco con el fin de concentrar los azucares y los aromas. El vino que se obtendrá será aún mejor.

Incluso la producción bajo invernaderos, en la que la planta, en teoría, esta puesta en situación de comodidad total y permanente, conoce bien el problema. Es así como el tomate RAF es una variedad seleccionada por sus cualidades intrínsecas, pero que, al final del ciclo de cultivo, esta puesta en situación de estrés, gracias a una salinización artificial del medio nutricional. La planta, estresada, absorbe poca agua y pocos nutrientes y concentra los azucares y los aromas.

En producción de frutales, por ejemplo, se conoce muy bien también los beneficios de una restricción hídrica pocos días antes de la recolección para concentrar azucares y aromas, con el fin de aumentar la calidad gustativa.

Al contrario, cualquier agricultor sabe también que un episodio de lluvia abundante justo antes de la recolección puede provocar un caída brutal de todos los criterios de calidad, y eventualmente anihilar todos los esfuerzos realizados, como por ejemplo, la restricción hídrica.

Pero el agricultor sabe también que, en la mayoría de los casos, buscar la mejor calidad va en detrimento de la productividad. Todo depende de su sistema de comercialización y de los objetivos que se habrá fijado. Todo el arte del agricultor es de conseguir combinar la mejor calidad posible con una productividad que le permita vivir dignamente de su trabajo.

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