SALVAR A LAS ABEJAS
¿David contra Goliat?
Una fotógrafa francesa, Marie Lasource
de Marsella, que sigo en Facebook, acaba de publicar una serie de preciosas
fotos de abejas. Os invito a verlas en el link siguiente:
Me da la ocasión de hablar del tema de
las abejas, del que no he hablado hasta ahora.
Como ilustración de este artículo, os
propongo esta foto que hice en primavera. No tiene la calidad de una foto
profesional, pero me gusta.
Las abejas, es un tema que cualquier
blog dedicado a la agricultura debe tratar algún día.
En mi caso, será hoy.
La polémica a propósito de los efectos
de los insecticidas sobre las abejas aumenta cada día en todo el mundo.
El tema ha sido ampliamente difundido
y sobre-utilizado por los distintos lobbies ecologistas, con el principal
objetivo de hacer prohibir toda una familia de insecticidas, los
neonicotinoides, muy utilizados en agricultura en todo el mundo.
Sin embargo las evidencias científicas
utilizadas son muy discutibles. Hasta la propia comunidad científica mundial
reconoce que el problema es extremadamente complejo.
Ya que no soy un científico, no voy a
entrar en este debate.
Primero, hay que señalar
que el declive de las abejas es un fenómeno muy preocupante pero cuya gravedad real
es relativa, en la medida en que la población global de abejas no va tan mal
como algunos quieren hacerlo creer. La curva siguiente, que procede de http://pflanzenschuetzer.ch/mit-den-honigbienen-geht-es-aufwaerts/?lang=fr
(en francés y en alemán), y con datos
de la FAO, muestra como las colonias de abejas, así como la producción de miel
(que demuestra que las colonias son activas) siguen una tendencia positiva de
progresión.
Lo que se observa en general, es que
se producen bruscos empeoramientos locales, con mortandad a veces dramática,
pero puntuales en la mayoría de los casos. El estudio Epilobee en Europa muestra
grandes variaciones de mortandad en las colonias de un año al otro (http://ec.europa.eu/food/animals/live_animals/bees/study_on_mortality/index_en.htm).
Sin embargo, la tendencia a largo
plazo sigue siendo positiva.
En consecuencia, hay que relativizar
la gravedad del problema, aunque hay que tomarlo en serio. Hoy por hoy, según
la FAO, y también según Epilobee, no hay motivo para temer una desaparición de
las abejas.
Quiero situarme, una vez más, del lado
del agricultor.
En este debate, al igual que en muchos
otros, los agricultores están acusados de defender esos insecticidas con un
objetivo esencialmente productivista.
Sin embargo, existe aquí una gran contradicción.
Uno de los argumentos más frecuentes
es que la desaparición de las abejas provocaría la desaparición de muchos
alimentos vegetales, cuya producción quedaría prácticamente aniquilada.
Los primeros afectados por los
problemas de polinización serían realmente los propios agricultores, con daños
mucho más graves que los producidos por la prohibición de una familia de
insecticidas. Por consecuencia son los primeros, después de los apicultores por
supuesto, en tener un interés directo en la preservación de las abejas.
Soy productor de melocotones, que se
polinizan muy bien sin ayuda, pero también de ciruelas, que no produciría casi
nada sin la participación activa de las abejas. Sin embargo uso pesticidas,
incluso neonicotinoides, pero con inmensas precauciones, del mismo modo que uso
cualquier otro tipo de plaguicida, tomando en cuenta todos sus efectos
indeseados.
Hay que entender que el uso de
insecticidas responde a una preocupación de otro tipo. Se trata ante todo de
garantizar la sanidad de las plantas y la calidad de los alimentos producidos.
Si los plaguicidas se usan adecuadamente, sean químicos o ecológicos, no
presentan peligro para las abejas. Y es lo mismo para los neonicotinoides.
Estos últimos sufren de una tremendamente mala fama entre el público, debido
principalmente a efectos inesperados del recubrimiento de las semillas. Esta
técnica, practicada en los 1990-2000, tenía graves consecuencias sobre las
abejas en la época de polinización, varias semanas o varios meses después de la
siembra. Cuando se identificaron los problemas, este uso fue prohibido. Pero
todo este grupo de insecticidas ha seguido siendo objetivo de ataques
injustificados.
El debate sobre los efectos de los
productos sobre las abejas es muy complejo. En el link siguiente, podeis encontrar
(en inglés) un artículo, realmente una llamada a la prohibición de dos
insecticidas ecológicos, la rotenona y la azadiractina por sus graves efectos secundarios
en las abejas y el medio ambiente.
http://risk-monger.blogactiv.eu/2015/06/17/save-the-bees-ban-these-two-toxic-pesticides-immediately/
Pero también hay que saber que la
simple pulverización de agua, sin ninguno tipo de producto añadido, en horas de
trabajo de las abejas, provoca la muerte de un gran número de individuos. Las
abejas son insectos muy delicados. Los agricultores lo saben, y siempre lo
toman en cuenta. Necesitan a las abejas y saben preservarlas.
Pero la prohibición de una familia
entera de insecticidas va inevitablemente provocar una sobre-utilización de los
pocos productos restantes, y en condiciones que no siempre serán favorables a
las abejas, y de modo más general, al medio ambiente.
El interés, para el agricultor, de
disponer de una diversidad de productos y de modos de acción para proteger a
sus cultivos, es ante todo de poder alternar las familias. Permite mejorar la
efectividad mientras se reduce el número de intervenciones necesarias y el
riesgo de ver aparecer cepas resistentes de la enfermedad o de la plaga a combatir.
Porque desde unos quince años, la
Comunidad Europea, como ya lo había explicado, ha eliminado entorno al 70% de
los plaguicidas autorizados. Las retiradas han respondido a varios tipos de
consideraciones, especialmente los riesgos medio ambientales, la capacidad de
las moléculas a ser degradadas rápidamente en el aire, el agua, los suelos, los
alimentos, y los riesgos sanitarios.
Los productos actualmente autorizados
han tenido que pasar por numerosas fases experimentales destinadas a verificar
que son aptas a ser autorizadas. Los gobiernos nacionales quedan sin embargo
libres de ser más exigentes que la reglamentación europea. En ningún caso
pueden ser menos exigentes.
Hay que ser muy claro: se van a
prohibir los neonicotinoides, pero no se va a resolver el problema enfocado.
Pero a cambio, se va a provocar otro problema, grave, con consecuencias
difícilmente previsibles.
Es que la mortandad de las abejas es
un fenómeno complejo, en el que es probable que los insecticidas tengan un
papel agravante, pero no el papel principal.
¿Porque sinó las abejas también mueren
en zonas de montaña donde los insecticidas se usan muy poco, o en determinadas
áreas de África por ejemplo, donde la agricultura sigue siendo muy tradicional,
con un muy bajo uso de plaguicidas?
Las causas principales son un
desarrollo descontrolado de determinados problemas sanitarios de las abejas y
de las colmenas (varroa, bacterias de la loque americana y de la loque europea,
avispón asiático, más de 20 tipos de virus, etc.), una reducción preocupante de
la biodiversidad en determinados sectores, e importaciones de razas de abejas
de otros orígenes, no siempre aptas a adaptarse a sus nuevas condiciones de
vida (sobre este tema, ver el reciente artículo del Huffington Post en su
edición francesa http://www.huffingtonpost.fr/2015/06/17/abeilles-victimes-pesticides-pas-aussi-simple_n_7604548.html#) .
Las abejas necesitan
flores. La diversidad vegetal les permite encontrar alimentos durante todo su
periodo de actividad. La reducción local de esa diversidad produce, en las
colonias de abejas, periodos de falta que les obliga a volar siempre más lejos
para encontrar flores, y también obliga a las abejas a empezar a volar más
jóvenes. Total, las abejas tienen hambre, y una de las soluciones consiste a
alimentar a las colmenas. Puedes leer el artículo siguiente, en francés. http://www.forumphyto.fr/2014/09/05/pour-la-sante-des-abeilles-une-seule-priorite-les-nourrir/
Este conjunto de cosas provoca un
agotamiento de las obreras, y un debilitamiento de las colmenas, lo que las
hace más sensibles a los ataques de parásitos y a los efectos secundarios combinados
de los plaguicidas y de la contaminación.
Esta reducción de biodiversidad es muy
marcada en el entorno de las ciudades, de las carreteras, ferrocarriles y demás
servicios públicos. En regiones en principio poco sensibles a esos fenómenos,
también se ve afectada por los cambios climáticos. De igual modo es bastante
marcada en agricultura, sobre todo por la especialización de grandes áreas. Una
zona de cultivo casi exclusivo de cereales, por ejemplo, solo podrá mantener o
desarrollar la biodiversidad en la preservación de zonas de bosques o sin
cultivo, de barbechos. Una zona especializada en cultivo de frutales y de
hortalizas al aire libre tendrá poco riesgo de empobrecimiento de la
biodiversidad.
Hay que tener muy claro que se está
estigmatizando un único problema, en este caso segundario, mientras se actúa
poco en las causas profundas.
En vez de prohibir una familia entera
de plaguicidas útiles, soy más bien partidario de una revisión de sus
condiciones de uso, acompañada de un control estricto, de manera de reducir aún
más su impacto medio ambiental. Para mi, su prohibición sería una aberración
agronómica y medio ambiental.
Afortunadamente, también se han creado
organismos de investigación pluridisciplinarios, como es el caso del estudio
Epilobee en Europa, para comprender el fenómeno en su conjunto.
Esta prohibición, si se produce, hará
que el pueblo sea contento. Tendrá la sensación de haber ganado una batalla
contra los malvados políticos y los terribles agricultores, sin duda sostenidos
por los lobbies que buscan dominar el mundo, y contra las todo-poderosas empresas
de química.
David contra Goliat.
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