Hoy, me
siento indignado.
¿Sera por
culpa del cansancio después de una campaña que acaba de terminar? Es posible.
Habrá sido estresante y complicada.
He compartido
con vosotros, algunos de los problemas de la campaña.
Pero al final,
si reflexiono sobre los distintos casos que os expuse, y otros casos que no
conocéis, llego a una conclusión muy sencilla.
¡Todos somos
culpables!
Culpables de
tontería, culpables de pasividad, culpables de dejarnos hacer por un sistema
que explota a los más débiles y los más tontos.
Con el
resultado de un inmenso despilfarro.
El productor
es culpable de debilidad frente a los distribuidores. Tiene tanto miedo a
perder un cliente, que acepta sin protestar protocolos de producción a veces
coherentes, pero a menudo absurdos. Se entrega solo, pies y manos atados, a un
sistema de distribución que lo comprime hasta ahogarlo. Con eso, se hace
incapaz de defender un producto diferente, a pesar de sus grandes cualidades.
También es
culpable de individualismo fuera de lo normal. La distribución de los bienes de
consumo está organizada desde varias décadas entorno a grupos poderosos, poco
numerosos, y que de esta manera, han creado un verdadero poder económico.
Imponen su visión de la economía a toda la sociedad.
Los
productores, al revés, son miles, individualistas, mal organizados, asustados
por su propia competencia, dejando así campo libre a los poderosos, de
imponerles su manera de ver el mundo.
El
distribuidor es culpable de organizar el sistema para su único interés. Poco le
importa en realidad el producto que vende, ni su origen, ni siquiera su calidad.
Solo quiere que el consumidor vuelva, y quiere ser inatacable. Es su único
objetivo.
A estos
efectos, se inventa protocolos que tiene como único objetivo, de poner el
consumidor en confianza, y sobre todo, de poder echarle la responsabilidad a
otro, más débil, en caso de problema. Estos protocolos de producción, no
siempre son compatibles con las exigencias de la agricultura, de la naturaleza,
pero el productor no tiene más remedio que de seguirlos al pie de la letra.
El consumidor
coge lo que se le propone, sin protestar, sea cual sea la calidad, sea cual sea
el precio. Todo el mundo protesta por los problemas de calidad, pero pocos son
los que reaccionan.
El consumidor
es también culpable de comprar sin cuestionar nada, de ir a lo más fácil, y de
volver, aunque la anterior compra no haya sido satisfactoria.
El consumidor
es culpable, al igual que el productor, de no organizar la defensa de sus
propios intereses. Las asociaciones de consumidores son demasiado débiles, mal
organizadas, a veces en competencia entre sí, y no consiguen representar un verdadero
contra-poder.
Las administraciones
públicas, en su conjunto, son culpables de no ver, o de no querer ver, o de
tener miedo de ver como las políticas exageradamente liberales de las últimas
décadas, dejan pleno poder a los sistemas de comercialización, en detrimento de
los sistemas de producción. Como en paralelo, ninguna política efectiva de
protección de los mercados ha sido puesta en marcha (no hablo de
proteccionismo, sino de medidas de protección), asistimos a la autodestrucción
de la economía llamadas avanzadas. Se vende cada vez más, se produce cada vez
menos y nuestras sociedades, antiguamente llamadas industrializadas, se transforman
poco a poco en sociedades de servicios.
Se inventan
sistemas de controles, sistemas de controles de los sistemas de controles,
damos muchas vueltas y la producción desaparece inexorablemente. Es delocalizada
hacia países donde la mano de obre es más barata, y más dócil. Ahí, se produce
más barato, ahí se puede producir con el mismo nivel de calidad, y el coste del
transporte no es una limitación. Frente a una política de apertura de las
fronteras, los productores locales no pueden hacer nada, y solo son condenados
a sobrevivir, el tiempo que pueden hacerlo.
Y nuestra
sociedad evoluciona a gran velocidad hacia una uniformización generalizada,
deseada e iniciada por el sistema de distribución y de comunicación.
Lo veo desde
mi punto de vista de productor de frutas. Vamos hacia una uniformización de las
frutas.
Las empresas
no tienen más remedio que de seguir en esta huida hacia delante. Se arranca
todo lo que ya no se corresponde con las exigencias del mercado, a pesar de sus
grandes cualidades. El mercado quiere productos bonitos.
¿Y buenos? Si
también, por supuesto. Pero solo si son bonitos.
Pues tenemos
que producir bonito. Es una cuestión de supervivencia.
Sin embargo,
la agricultura trabaja sobre el vivo. Y las plantas no son todas idénticas. Las
fincas se están convirtiendo en fábricas. Fábricas de alimentos, pero fábricas
sin techo. Hay que fabricar productos uniformes, sin tener la posibilidad de
controlar totalmente el proceso de fabricación. Es que la planta vive, soporta
estimulaciones de todas clases, y reacciona.
Las
reacciones imprevistas de la planta, o las agresiones que soporta, originan
daños en el producto.
A pesar de
todo, hay que producir más kilos comercializables. Pues los kilos no vendidos
no cuentan. O mejor dicho sí cuentan, en negativo. Han exigido trabajo,
energía, se han alimentado de la planta, en competencia con otras frutas, para
terminar no vendidos, se llame industria o basura.
Olvidemos pues
las variedades sensibles al sugar spot, olvidemos las variedades sensibles a la
gota de agua, olvidemos las variedades sensibles a lo que sea.
Nos hace
falta fruta de primera, y solo fruta de primera. Todo bonito. Bonito hasta el
aburrimiento.
Ya no hay
sitio para lo manchado, lo rozado, lo deformado, lo picado, lo granizado,
total, para lo feo, aunque sea una delicia. Pues se debería demostrar que es
bueno, hacerlo probar, hacer esfuerzos de márketing, convencer, total, gastar
dinero para venderlo.
Conviene
señalar algunas iniciativas interesantes en Francia. ¡Vaya! Proceden de
supermercados. Es bastante raro, ya que son ellos que originaron la
normalización.
¿Será una
reacción de culpabilidad? ¿No será, más bien, un nuevo mercado a explotar? ¿Con
el pretexto de una buena acción para el planeta?
El productor
está condenado al productivismo (como lo explicaré en un próximo artículo), por
un sistema en el que el consumidor es el gran responsable, sin ser consciente
de su responsabilidad.
Porque si el
consumidor, vosotros pues, y yo también, sistemáticamente elige la fruta más
bonita, es la más fea que se queda en la estantería, que se deshidrata, se
arruga, se pudre, y termina a la basura.
¿Cuál es la
reacción del vendedor? Solo proponer frutas que el consumidor no va dudar en
comprar, pues frutas bonitas.
Y si bonito
significa insípido, no pasaba nada hasta hace poco. Sin embargo, una luz de
esperanza aparece desde unos años.
Mirad atrás,
la historia del tomate. Es típica, y todo el mundo la ha vivido, a menudo sin
conocerla.
En los años
90, aparece por casualidad, en un programa de mejora varietal, un gen en una
variedad, que alarga considerablemente su vida después de la recolección.
Llaman estos tomates long life (larga vida). Por desgracia, con este gen, el
sabor casi desaparece. No importa, el tomate se convierte en un producto
resistente a la conservación, al transporte, a la manipulación, a las estancias
prolongadas en las tiendas.
Los tomates
se vuelven bonitos, todos idénticos, se conservan muy bien, pero no saben a
nada.
El mercado,
viendo las enormes ventajas que representa, para él, este gen, favorece su desarrollo, con el
apoyo de los productores, con la consecuencia de una generalización de su
cultivo, una generalización de su comercialización…y una bajada del consumo.
Importantes
esfuerzos se están realizando para mantener las cualidades del gen long life,
pero mejorando el sabor. Variedades nuevas han empezado a aparecer, que intentan
combinar ambas cualidades.
Este esquema
es la tendencia actual del mercado, para todos los productos.
¿Es positivo?
A largo plazo, es probable. Pero para las generaciones que estamos viviendo
esta transición, no es lo ideal, ni mucho menos.
El futuro va
hacia una uniformización de las frutas en su presentación, su calibre, su
color, su brillo, su aguante, e incluso su sabor.
De esta
manera, se reducirá el desperdicio, punto muy positivo, pero ¿comeremos mejor
por eso?
De momento,
estamos en un esquema en el que la sostenibilidad solo es una ilusión, o mejor
dicho, es un argumento comercial. Si de verdad fuera una prioridad, las
autoridades políticas habrían impuesto algún tipo de sistema que permita evitar
este despilfarro.
Pues tiramos,
destruimos, incluso a veces las autoridades pagan para destruir. Se llama la
retirada.
Cada uno de estos contenedores lleva unos 300 kgs de nectarinas que no se admiten en el mercado por sus defectos de aspecto. ¿Os parece normal que esta fruta tenga que ser destruida?
Entre todos
los problemas del año, he tenido el honor y la alegría (¿?) de participar a la
destrucción de más del 20% de la cosecha, 1500 toneladas de melocotón y
nectarina, 1 millón y medio de kilos, más de ¡¡¡10 millones de frutas!!!
Es muy
probable que la campaña 2014 termine negativa. No lo voy a saber con seguridad
antes de dos meses, cuando todos los pagos estén efectuados, y los litigios resueltos.
¿Quién habla
de sostenibilidad?
¿Ya entendéis
porque estoy indignado?
Pero sabéis,
estoy protestando contra estas disfunciones con sentido único, que considero
como una gangrena de nuestra sociedad. Sin embargo, aporto un especial cuidado
al cumplimiento, a raja tabla, de los numerosos protocolos a los que la empresa
que me emplea está adherida. Y es que aparecen más cada año.
No os
preocupéis por mí. A partir de ahora, inicio la preparación de la próxima
campaña, que tomare con la misma ilusión de siempre. ¿La terminare con un mejor
estado de ánimo? Respuesta en un año.
Si solo tengo
que recordar una imagen, será de haber tenido que arrancar árboles, con la
fruta todavía colgando. ¿Lo recordáis? Es mi publicación nº 18, del mes de mayo
“intemperies -1- fealdad”.
Voy a necesitar tiempo
para recuperarme…
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