EL ESPIRITÚ DE LAS PLANTAS – LAS ENSEÑANZAS DE UN ÁRBOL DE INCIENSO
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Encontré este artículo, primero publicado en inglés,
luego en español, en un blog en español
y en inglés, que me gusta
mucho “Imaginando Vegetales” y que recomiendo a todos los que les gusta las
plantas, la poesía, la imaginación, y las “historias de personas y plantas”.
Es una bonita e inusual historia para estas fiestas de
fin de año.
Tal como lo recomienda Aina S. Erice, la autora, mejor
leerla “Al son de: Jocelyn
Pook, Caótica Ana BSO
Este
artículo apareció publicado en inglés por primera vez en el núm. #33DESERT de
la revista The Planthunter, y puede leerse aquí.
Supongamos
por un momento que las Upaniṣads indias tuviesen razón, y que en tu próxima
vida pudieses regresar como árbol. ¿Cuál escogerías?
La
decisión no es moco de pavo, teniendo en cuenta la longevidad (al menos,
potencial) de los árboles. En primer lugar, podrías reflexionar sobre las
características intrínsecas de tu futura versión fotosintética (¿alto y bien
plantado, o más humilde en forma y estatura? Flores: ¿sí, o no? Y así, suma y
sigue)… o bien escoger en función del vecindario que más te atraiga.
¿Dónde
preferirías vivir? En una selva tropical, tal vez un bosque templado… ¿qué tal
instalarse en un desierto?
Ya,
ya sé. La descripción del barrio no es para tirar cohetes. Temperaturas
extremas todo el año; hambre y sed frecuentes. Intensa presión de herbívoros
hambrientos. Largos períodos de silencio y soledad. Se aconsejan tendencias
eremíticas: compañía escasa y ruda.
Más
bien poco tentador.
Sin
embargo, no todos pueden darse el lujo de escoger, o así nos lo cuenta el poeta
romano Ovidio en sus Metamorfosis: en estas historias de “mutadas formas a
nuevos cuerpos”, ceñirse corteza y hojas suele ser resultado de una tragedia.
Violencia, incesto, traición, amor, pérdida… los dioses caprichosos juegan con
las debilidades humanas, aun necesitándonos para que les rindamos culto. ¿Quién
honraría sus altares con incienso, si no la humanidad?
Estando
así las cosas, a pocos sorprenderá que los orígenes míticos de los aromas
anhelados por los dioses estén envueltos en sufrimiento. Destaca, con todo, un
detalle curioso:
y es
que las muchachas cuyos cuerpos metamorfoseados destilan las fragancias más
preciosas resultaron convertirse en árboles del desierto.
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Tal
fue la suerte de la pobre Leucótoe, princesa de un reino oriental lejano cuya
belleza obnubiló el juicio del dios Sol de tal manera, que la deslumbró
—literalmente— hasta seducirla. El rey, como suelen hacer los padres
comprensivos al descubrir pecadillos de este tenor, la castigó enterrándola
viva. A su vez el inconsolable (y ¿sorprendentemente inútil?) amante regó su
tumba con néctar perfumado, que penetró en el cuerpo de la joven hasta hacerla
rebrotar bajo una forma nueva.
Y
quiere la leyenda que el árbol resultante, de agradable aroma y henchido de
sol, fuese el árbol de olíbano: Boswellia sacra, más conocido como
franquincienso.
Ovidio
nunca había visto al olíbano creciendo en su hábitat natural*; su historia
metamórfica sencillamente contaba las desventuras de una muchacha, del
sufrimiento destilado hasta tornarse perfume digno de ser ofrenda divina.
*de
hecho, ninguno de sus contemporáneos parecía tener la menor idea de qué pinta
tenían siquiera tan míticos vegetales.
Y si
bien los árboles de olíbano no sufren, no cabe duda de que les toca soportar no
pocas dificultades y estrecheces, viviendo como viven en una tierra apenas
tocada por la lluvia, de suelos pobres y calor aplastante. Ser árbol enraizado
en la antigua Arabia Felix (Omán, Yemen) o en el Cuerno de África no suena
exactamente a vida fácil; si estuviese yo en el lugar de Leucótoe, me parece
que estaría bastante irritada (“no bastaba con enterrarme viva y convertirme en
planta, noo; ¿encima me toca vivir en un desierto? ¿En serio?”).
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Hablando
con propiedad científica, está claro que no podemos transformarnos en plantas,
ni siquiera imaginar qué significa ser planta: nos es imposible figurarnos cómo
siente la sed un árbol de franquincienso.
La
ciencia nunca podrá decirnos si las plantas del desierto “sienten
subjetivamente” más estrés que sus compañeras en la selva.
Sin
embargo, la poesía y la metáfora no son tan puntillosas como la ciencia, y nos
permiten hallar en el reino vegetal un espejo verde en el que vernos reflejados
—ideas, conceptos, incluso dilemas y lecciones de vida… y así sucede con el
olíbano.
Ya en
tiempos de Ovidio, todos sabían perfectamente que no todos los granos de
incienso son idénticos: pueden variar en color, tamaño, en perfiles aromáticos…
resumiendo, su calidad es variable. El momento de su colecta puede afectar al
resultado (se dice que el mejor se recoge durante la estación del monzón,
cuando el calor es mayor), pero aún y así existen diferencias entre árboles
crecidos en lugares distintos.
Uno
podría argumentar que la calidad es un concepto muy resbaladizo (lo es), y que
a veces las diferencias existen únicamente en nuestra mente y nuestros sentidos
(también cierto). De hecho, puede que una de las mayores sorpresas para el
sistema tradicional omaní de gradación de incienso haya sido descubrir que los
aceites esenciales de sus olíbanos de mayor y menor calidad tienen perfiles
químicos prácticamente idénticos.
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Sin
embargo, aceptemos por un momento que las diferencias en calidad son
objetivamente reales; podríamos preguntarnos entonces, ¿por qué tales
diferencias? ¿Es debido a las cualidades intrínsecas del árbol, o es por culpa
de sus circunstancias ambientales?
Quince
años atrás, un estudio intentó responder a la pregunta… y los resultados
parecen un curioso guiño a Ovidio y sus trágicas doncellas. Al comparar
distintos ambientes —algunos más estresantes, otros menos—, los investigadores
hallaron que los árboles que producen olíbano de mayor calidad son aquellos que
viven bajo condiciones más duras, con suelos más pobres y sin recibir lluvia
alguna (¡apenas sí les llega el rocío del monzón!).
Poéticamente
se diría que las dificultades y escaseces sufridas se subliman y condensan en
un perfume más exquisito del que se obtiene mimando y regando a los árboles con
nutrientes y agua.
Cierto,
los árboles no son personas.
Y sin
embargo, podría sacarse una moraleja olibanística que me suena bien…
Uno
podría contar cómo la adversidad y las circunstancias más duras pueden ser el
cincel que, eliminando lo superfluo, revela la esencia, las cualidades más
‘fragantes’ de la persona.
Claro
que no siempre sucede así.
Pero
si estás pensando en tu próxima vida como planta, te sugiero que consideres el
desierto como un buen vecindario en donde expresar lo mejor de ti mism*.
REFERENCIAS
Hoy,
pocas :)
El
mito de Leucótoe en las Metamorfosis de Ovidio puede leerse libremente aquí
(vía Cervantes Virtual).
El
artículo que analizaba correlaciones entre las condiciones ambientales y la
calidad del olíbano obtenido es Al-Amri, M. y Cookson, P. ‘A preliminary
nutritional explanation for variations in resin quality from wild frankincense
(Boswellia sacra) trees in the Dhofar region of the Sultanate of Oman’, en
Horst, W. J. et al. 2001. Plant nutrition – Food security and sustainability of
agro-ecosystems: 328~329.
Del
olíbano en todo su esplendor tengo una serie de tres artículos sobre esta
fascinante sustancia vegetal, que puedes consultar aquí.
Ilustraciones
La
fotografía que encabeza el artículo es un estupendo árbol de Boswellia sacra en
el parque omaní de Wadi Dawkah, cortesía de Kathi Ewen del blog
wanderingquilter :)
Hay
frustrantemente pocas pinturas de Leucótoe (más de la tercera en discordia en
el mito, Clitia… pero de la pobre Leu, casi ná). Una de ellas es la obra que
incluyo aquí, del francés Antoine Boizot, y actualmente en el Musée des
Beaux-Arts de Tours (al menos, según Wikipedia). Otras imágenes y grabados
pueden verse aquí (explicaciones en italiano).
El
resto de fotografías son de una servidora."
Una observación para concluir este articulo y darle una
lógica en este blog:
En agricultura, conocemos muy bien los efectos de las
restricciones sobre la calidad de las frutas y hortalizas.
Es así como los mejores melones se consiguen en suelos
muy arcillosos, en los que las plantas sufren más. El agricultor elige, entre
las tierras de las que dispone, las que le darán la mejor calidad.
Del mismo modo, las viñas no se riegan o solo poco y se
fertilizan poco con el fin de concentrar los azucares y los aromas. El vino que
se obtendrá será aún mejor.
Incluso la producción bajo invernaderos, en la que la
planta, en teoría, esta puesta en situación de comodidad total y permanente,
conoce bien el problema. Es así como el tomate RAF es una variedad seleccionada
por sus cualidades intrínsecas, pero que, al final del ciclo de cultivo, esta
puesta en situación de estrés, gracias a una salinización artificial del medio nutricional.
La planta, estresada, absorbe poca agua y pocos nutrientes y concentra los
azucares y los aromas.
En producción de frutales, por ejemplo, se conoce muy
bien también los beneficios de una restricción hídrica pocos días antes de la
recolección para concentrar azucares y aromas, con el fin de aumentar la
calidad gustativa.
Al contrario, cualquier agricultor sabe también que un
episodio de lluvia abundante justo antes de la recolección puede provocar un
caída brutal de todos los criterios de calidad, y eventualmente anihilar todos
los esfuerzos realizados, como por ejemplo, la restricción hídrica.
Pero el agricultor sabe también que, en la mayoría de los
casos, buscar la mejor calidad va en detrimento de la productividad. Todo
depende de su sistema de comercialización y de los objetivos que se habrá
fijado. Todo el arte del agricultor es de conseguir combinar la mejor calidad
posible con una productividad que le permita vivir dignamente de su trabajo.
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