EN DEFENSA DE LA AGRICULTURA
Francia es desde varios años, el crisol de una curiosa
evolución del pensamiento hacia la alimentación. No quiere decir que sea el
único país donde se observa este fenómeno, pero es probablemente donde es más
violento, más extremo y también, y es más grave, más institucionalizado.
Sabes, querido lector, que soy francés, productor de
frutas fuera de Francia, en España (más de uno me ha llamado traidor).
Aprovecho muchas veces artículos o comentarios
procedentes de Francia. Espero que mis 78% de lectores no franceses no se
harten de ello.
Pero es que lo que se está produciendo en esos momentos
en Francia es ejemplar de lo que no se debe hacer o no debe dejar que se haga.
Espero que los demás países tendrán la fuerza y la
inteligencia de no dejar que las cosas se desmadren de esta manera.
A fin de cuenta, todo el mundo está perdiendo, sobre todo los agricultores,
por supuesto, pero también el conjunto de los consumidores, es decir finalmente
100% de la población. Y eso, sin contar los daños medioambientales a largo
plazo que ocasionan esas derivas ideológicas sin ningún fundamento científico
real.
La
excepción francesa. Los franceses son orgullosos de sentirse
excepcionales. Hay una excepción francesa en cuanto a la cultura, una suerte de
resistencia frente a la invasión de la cultura anglo-americana en la literatura
y sobre todo en el cinema y la música.
Y cada vez que un hecho particular pone por delante una
característica de Francia con respecto a otros países, se vuelve a sacar una y otra
vez la excepción francesa, siempre en una faceta positiva y gratificante.
Es cierto, existe actualmente una excepción francesa.
Pero esta es taimada, negativa, destructiva. Existe una verdadera depravación
en la relación de la sociedad civil con su agricultura.
Imagen: http://s2.lemde.fr/image/2011/02/16/540x270/1481210_3_224a_dans-le-metro-parisien-le-15-fevrier.jpg
Y no creo que los franceses tengan derecho de sentirse
orgullosos de esta relación, próxima a la inquisición, en la que el único
pensamiento aceptable es ecológico, en la que la manipulación de la opinión
pública es cuidadosamente organizada por lobbies que se niegan a llevar este
nombre, en forma de “movimientos ciudadanos” o de organizaciones ecologistas,
con el apoyo incondicional de la mayoría de los medias, televisión, radio,
prensa escrita y digital, el conjunto bajo la mirada benevolente de los
políticos en el poder sea cual sea su orientación ideológica.
La situación se ha vuelto tan tensa que los agricultores
llegan a oponerse entre ellos.
Observo aquí, en España, en mi entorno, que existe una
verdadera complementariedad entre los distintos sistemas de producción. La
agricultura ecológica ocupa un sitio creciente, pero no se hace, o solo
raramente por oposición a la agricultura convencional, pero más bien como una
orientación diferente, una elección deliberada, y sobre todo una adaptación a
un mercado en constante crecimiento.
La sociedad civil española es globalmente orgullosa de su
agricultura, de sus progresos, de sus éxitos, de su pluralidad, y de la calidad
de los alimentos que capaz de producir.
La agricultura evoluciona en su conjunto partiendo de una
agricultura industrial, todavía presente en algunos sectores, especialmente
para algunas producciones como los cereales o el algodón, hacia una agricultura
más respetuosa, agricultura de conservación, producción integrada o agricultura
ecológica.
No hay motivo para oponer los métodos de producción. Son
complementarias. Las únicas evoluciones imprescindibles, son las que afectan a
la erosión de los suelos, a la utilización de los recursos hídricos, y los
problemas de contaminación. Pero para eso, ya lo he comentado en varias
ocasiones, la mejor vía no es solamente la agricultura ecológica.
Acabo de leer un libro muy interesante, corto, conciso,
muy claro, de fácil lectura, muy documentado, muy instructivo para quien quiere
aceptar sus constataciones.
“Plaidoyer pour nos agriculteurs” (Alegato para nuestros
agricultores) es escrito por Sylvie Brunel y publicado en francés en la
colección “Dans le vif” por las editorial Buchet Chastel.
Hoy, te propongo la introducción, que es un bien resumen
de la situación, y mi opinión con respecto a un problema no agrícola, pero con
repercusiones tremendas.
“Un
grito de alarma y un alegato.
Durante
20 años, he trabajado con ONGs que se enfrentaban a graves crisis alimentarias.
Luchábamos contra las hambrunas y contra el hambre crónica, que sigue azotando
a millones de personas en el mundo.
Comparados
con la amplitud del problema, nuestros medios eran irrisorios. Sin embargo salvábamos
vidas y servíamos de centinelas, alertando al mundo sobre las victimas
olvidadas. El hambre es un asesino silencioso que la abundancia nos ha hecho
olvidar, cuando sigue activa donde la pobreza y la falta de medios siguen
siendo realidad.
Luego
regrese a Francia para trabajar. Y descubrí una situación que me dejó
estupefacta: ahí, los que nos alimentan son maltratados. No pasa un día sin que
el trabajo agrícola este vilipendiado. Sin embargo gracias a él, nuestro
pequeño país ha adquirido su independencia alimentaria e incluso se ha
convertido en un gran exportador de alimentos. Pero, cuando la “marca Francia”
se mantiene en muchos países del mundo como una señal de calidad, hablando de
vino por supuesto, pero también de semillas, lácteos, cereales, carne bovina o
manzanas, los franceses abuchean su agricultura, tomando el riesgo de verla
desaparecer.
Necesitaba
entender. Comparar mi experiencia del hambre ahí, a la realidad del campo aquí.
Pues me fui para ver cómo trabajan esos agricultores tan criticados. Recorrí la
Francia rural, hablado con cientos de personas, visitado muchas explotaciones.
Pregunté, investigué. Sin prejuicio y con tenacidad.
Por
todos lados, encontré gente apasionada, hombres y mujeres que adoran su trabajo
y ponen todo en obra para entregarnos una alimentación de calidad.
Agricultores, fruticultores, ganaderos que dedican su vida a sus fincas, a sus
campos, a sus huertos a sus animales. Y que sufren tremendamente de sentirse
tan despreciados, tan incomprendidos.
Este
libro es un grito de alarma y un alegato. ¿Habremos olvidado el miedo a faltar?
¿Sabremos todavía lo que es caer enfermo, o incluso morir envenenado, por culpe
de una alimentación inadecuada?
Mientras
el clima cambia y la población no para de crecer, es urgente que cambiemos de
actitud para salvar nuestros campos y los que nos alimentan. El tiempo nos es
contado.”
Aconsejo claramente la lectura de este corto libro,
perturbador para quien se interesa a la alimentación, la agricultura, el
medioambiente, y para quien desea o acepta cuestionar algunos valores
habitualmente admitidos en las sociedades occidentales. Una gran patada en las
ideas preconcebidas.
El libro no toma partido por una ideología u otra. Estudia
una situación cada vez compleja y difícil, en la que el público, pero también los
propios agricultores, tienen cada vez más dificultades para distinguir la
verdad de la mentira.
Sylvie Brunel nos habla de pesticidas, de residuos, de
contaminación, pero también de evolución demográfica, política, comercial e
incluso de geopolítica.
Explica los problemas y los errores del pasado, pero también
las evoluciones y los cambios realizados o en curso, los progresos, los
profundos cambios que la agricultura ha implementado.
Habla de los riesgos sanitarios y de la seguridad de los
alimentos.
Es que la problemática agrícola toca todo eso y las
decisiones políticas e ideológicas de hoy, a menudo guiadas por motivos
afectivos, ideológicos, pero no científicos, tendrán numerosas y graves
repercusiones en el futuro.
Y aunque este libro sea muy centrado en la agricultura
francesa, una amplia mayoría de las informaciones que ahí se encuentran se
puede extrapolar a muchísimos otros países del mundo.
Desgraciadamente, en mi conocimiento, no ha sido
traducido todavía, y en consecuencia solo está disponible en francés.
Es una lástima. Quizás pueda tomar otros temas del libro
en el futuro para traducirlos, para que puedas disfrutar del poder de análisis de
Sylvie Brunel.