¿LA CIUDAD O EL CAMPO?
Hace unos meses, te hablaba de agricultura urbana. Quiero
volver al tema, con una mirada distinta, que los urbanos a menudo miran al
revés, y que tengo que vivir diariamente.
No se trata realmente de agricultura urbana, pero de la agricultura cuando se encuentra, sin querer, enfrentada a un vecindario
urbano o en la orilla de una comunidad urbana.
El desarrollo de la agricultura en las ciudades es una
novedad, y se hace en su gran mayoría con técnicas de agricultura ecológica.
Aprovecha espacios libres para implantar cultivos agrícolas. En general, no es un
cultivo rentable, en el sentido que el agricultor urbano no busca hacer de ello
su principal fuente de ingresos. Es un complemento, un pasatiempo, un placer,
una satisfacción personal, o un gesto ecológico. No le resta valor al hecho,
pero lo sitúa en un plan relativamente segundario, al menos del punto de vista
económico. En barrios desfavorecidos sin embargo, puede representar un
importante complemento de ingresos, o mejor dicho, un ahorro sobre el
presupuesto de alimentación, con a veces interesantes acciones comunitarias o
de reinserción.
Las ciudades crecen consumiendo tierras agrícolas,
mordisqueando partes de fincas cultivadas. No ha cambiado desde la creación de
las primeras ciudades hace aproximadamente 5.000 años.
Mira este Château XX del que te hablaba en el pasado mes
de Octubre. Se ha encontrado dentro de la ciudad, no por voluntad propia, sino
porque la ciudad ha crecido. Los propietarios de Château XX se han resistido
frente a los compradores y a los promotores, pero no sus vecinos. Poco a poco,
la ciudad ha ido rodeando el viñedo.
En Europa, según los datos de la FAO, 11 hectáreas de
tierra agrícola desaparecen cada hora, lo que representa más o menos 100.000
hectáreas cada año, recubiertos por alojamientos, oficinas, centros de ocios,
polígonos industriales, infraestructuras sanitarias, ferroviarias o de
carreteras. Es enorme. A modo de comparación, el rendimiento medio de patata en
2015 en la Unión Europea fue de 33.000 kilos por hectárea (http://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explained/index.php/The_EU_potato_sector_-_statistics_on_production,_prices_and_trade#Farms_and_area). La pérdida anual de 100.000
hectáreas de tierras agrícolas equivale a la pérdida de 3.300 millones de kilos
de patata. Para una población, en 2015 de 508 millones de habitantes,
representa una pérdida de potencial productivo ¡de 6,5 kilos de patata por cada
habitante! Y eso ¡cada año!
Pero ¿qué pasa cuando un urbano se muda al campo? Se da cuenta que la agricultura es una actividad que funciona 365 días al año,
durante las 24 horas, con personas, máquinas, ruido, olores, total, lo que en
general considera como molestias, y que a menudo ha intentado evitar
instalándose en el campo, pero que forman parte integrante y a menudo
inevitable de la actividad agrícola.
El urbano no entiende (o se niega a entender), protesta y
exige. El agricultor, casi siempre, no tiene más remedio que de ceder.
Mira este curioso caso. Una pareja, en el Sur de Francia,
es obligada por la justicia, a tapar un estanque porque las ranas molestan a
los nuevos vecinos: http://immobilier.lefigaro.fr/article/quand-des-grenouilles-bruyantes-font-condamner-des-proprietaires_f812211c-2ee7-11e6-91c1-3e3a0f8cba2d/
Mira también este caso, muy reciente, también en Francia,
mucho más dramático, que podría obligar a un ganadero, descendiente de 6
generaciones de ganaderos, a parar su actividad, porque el olor del estiércol
molesta a sus nuevos vecinos, instalados desde poco para su jubilación:
Es revelador de una situación muy real, cada vez más
frecuente, y diaria para muchos agricultores.
Aquí, para mí, son las actividades nocturnas, por ejemplo
los tratamientos o la trituración de la leña de poda, imposibles a hacer de día
durante la mitad del año, por culpa de las temperaturas excesivas, que provocan
denuncias frecuentes por ruido de parte de los vecinos instalados en edificios
de construcción reciente situados (adivina donde) en una parte expropiada de la
finca.
La ganadería genera estiércol. Es lo mismo desde que el
hombre cuida animales, y no huele siempre bien.
La agricultura puede necesitar amontonar o esparcir
estiércol, para enriquecer o simplemente para nutrir el suelo, especialmente en
agricultura ecológica. Es muy sano, y de esta manera los efluentes de ganadería
se reciclan limpiamente para la producción vegetal.
Cuando llega el momento de cosechar cereales, el trabajo puede
ser tanto de día como de noche, ya que hay que ir lo más rápido posible, para
evitar los problemas de lluvia y la sobremadurez.
Si una enfermedad o un vuelo de mariposas amenaza los
cultivos, los tratamientos son urgentes, aún más si son ecológicos y hay que
intervenir lo más rápido posible, de día como de noche.
Hace varios años, una enorme y repentina eclosión de un
lepidóptero, Plusia gamma, provoco daños terribles en numerosos cultivos en el
área de Sevilla. En esa época, producíamos espárragos y en los días siguiendo
el problema, se podía determinar visualmente las primeras parcelas tratadas,
que estaban todavía muy verdes, aunque dañadas, y las últimas, totalmente
peladas por millones de orugas nacidas al mismo tiempo. La producción del año
siguiente delato claramente este ataque, con la progresividad que correspondía
a la hora del tratamiento. Este resultado nos demostró que habíamos tenido
razón de no esperar y de tratar durante las 24h en cuanto detectamos el riesgo.
Los animales también viven de noche, incluso si son
animales de granjas, y pueden ser ruidosos.
La preparación de las tierras para la siembra o las
plantaciones se hace cuando el suelo y el tiempo lo permiten, y hay que hacer
las cosas con rapidez, de día como de noche, entre semana, los domingos y los
días festivos.
Total, la agricultura puede ser ruidosa u oler fuerte, lo
que normalmente no molesta los vecinos si son también agricultores o vinculados
con ella.
Pero para oídos y olfatos delicados de urbanos no
preparados, no acostumbrados y a menudo, poco dispuestos a aceptarlo, es otra
historia.
Sin embargo muchos urbanos tienen un sueño que algunos,
en los países occidentales, ejecutan, que es de instalarse en el campo,
descansar ahí durante sus vacaciones o jubilarse ahí.
Algunos le hacen cambiando su residencia principal hacia
las afueras o los corredores verdes de las grandes ciudades. Otros invierten en
una casa de campo a donde van corriendo cada vez que pueden.
Total, se acercan a los agricultores que los alimentan.
Pero ¿crees que aceptan los tractores de noche o los montones de estiércol?
No, protestan, a veces incluso demandan a los
agricultores. Y lo peor es que, al igual que en los casos mencionados, la
justicia les da razón bastante a menudo.
Se instalan para vivir ociosamente en un lugar de
trabajo. Pues sí, el campo es el lugar de trabajo de los agricultores.
Imagina
un segundo que agricultores se vayan hacer una siesta en tu oficina o en tu sala
de junta, y que además, ¡¡¡exijan el silencio!!!
Podemos resumir, de manera un poco caricatural, la
situación actual de las relaciones entre el mundo urbano y el mundo agrícola:
Hay que producir buenos productos, sanos, respetuosos con el
medioambiente, sin pesticidas, en cantidad, baratitos, pero sobre todo, sin
molestarme, sin hacer ruido, y sin olores.
Voy a
tu casa, disfruto de las ventajas que son los tuyos pero, ya que no tengo la
más mínima intención de compartir los inconvenientes que son los tuyos, exijo
que adoptes mi modo de vida.
¡Vaya! Y yo que creía que la descolonización se había
terminado en el siglo pasado.
Solo había olvidado la colonización del campo por las
ciudades. Las ciudades conquistan, a menudo de forma brutal, incluso guerrera,
y se implantan sin ninguna concesión ni ninguna precaución para que los vecinos
puedan seguir viviendo y trabajando igual que antaño.
El responsable de los problemas no es el colonizador,
sino el colonizado.
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