¿QUIÉN NOS ALIMENTARA?
Dedico este simbólico artículo nº 100 a todos los
agricultores que trabajan duro para que la sociedad que les rodea disponga de
alimentos abundantes, sanos y buenos.
Picture: http://www.newsprepper.com/wp-content/uploads/2015/12/1-160.jpg
Por el título “¿Quién nos alimentara?”, Marjolaine Turcotte,
agricultora de Sainte-Famille, en Quebec, la “Bella Provincia” francófona de
Canadá, arrancaba un artículo (en francés) en la revista La Presse, en Junio
2016. (http://plus.lapresse.ca/screens/e29d8854-b9bf-4fb3-992f-b6ce15f9c10e%7C_0.html).
El artículo es aún más interesante que está escrito por
una mujer, agricultora, que ha elegido convertir su finca a la agricultura
ecológica.
Se encuentra en fase de transición, es decir que todavía
no está certificada.
Durante un tiempo de 2 o 3 años (según el país), tendrá
que cumplir con el protocolo de agricultura ecológica, recibirá numerosos
controles para asegurarse de que está cumpliendo todo los puntos del protocolo,
pero no tendrá el derecho de vender su producción con el sello de agricultura
ecológica.
Al cabo, y solo al cabo de este periodo de transición,
tendrá el derecho de vender sus productos como de producción ecológica, y de
sacar los beneficios económicos tan esperados.
Es sin lugar a dudas la fase más difícil para un agricultor,
ya que debe aprender a producir de manera diferente, cumplir con decisiones técnicas
que no domina bien todavía, y que pueden salirle mal, enfrentarse a riesgos de
pérdidas de producción sin poder emplear los medios a los que estaba
acostumbrado en producción convencional, pero sin tener el derecho de sacarle
contrapartida comercial. Esta fase de transición puede ser difícil de pasar,
hasta el punto que algunos pueden pensar en renunciar, a pesar de ayudas a
menudo disponibles, como es el caso de este agricultor francés en fase de
conversión, que no consigue unos resultados económicos suficientes y se
encuentra al borde de la quiebra. (http://lexpansion.lexpress.fr/actualite-economique/le-blues-financier-des-agriculteurs-bio-si-ca-ne-se-debloque-pas-j-arrete_1880300.html)
Las observaciones de Marjolaine Turcotte son
especialmente interesantes para que los no-agricultores entiendan un poco mejor
lo que es una vida de agricultor, un poco mejor porque emplean plaguicidas, un
poco mejor que nada nunca es todo blanco o todo negro, ni siquiera en materia
de pesticidas, un poco mejor que la producción de alimentos es compleja, difícil,
costosa, agotadora, y a menudo mal pagada.
Porque lo que expresa en este artículo tan bien escrito,
es verdad para muchos agricultores, en agricultura ecológica o no, aunque el
aspecto tiempo es aún más difícil en agricultura ecológica.
Elijo, como casi siempre, reproducir el texto integral,
aunque no comparto todos los puntos de vista expresados.
“¿QUIÉN
NOS ALIMENTARA?”
Después
de la difusión de un video anunciando un futuro inseguro para el uso del
herbicida estrella de la sociedad Monsanto, el Roundup (glifosato), sentía
cierto malestar.
Una parte
de mí solo podía alegrarse de ver este producto clasificado como “cancerígena probable”
y prohibido por la Unión Europea ya no será aplicado por todos lados, como es
el caso ahora, especialmente en los cultivos OGM. Pero sin embargo, la agricultora
que me habita solo podía lamentar el drama que esta noticia podría representar
por una gran mayoría de productores agrícolas.
El Roundup
es una herramienta muy efectiva para controlar las malas hierbas a bajo coste.
Si insisto en el coste, es que nuestra finca está en transición hacia el modo
de cultivo ecológico. El glifosato es por consecuencia una herramienta que ya
no vamos a emplear. Y esta primavera, nos estamos enfrentando a una cantidad
impresionante de malas hierbas muy invasoras (grama, diente de león, acedera, trébol…).
Nos
hemos remangado, hemos sacado las horcas, palas, azadas, guadañas, y hemos
gastado horas. Y sudor. Y más horas. Y muchos esfuerzos. Y más horas aún…
Imagen: http://www.abbayedemaylis.org/content/uploads/2014/02/DSC1324.jpg
Lo hemos
hecho con todo nuestro corazón, pero una parte de mí no podía evitar pensar:
sería tan fácil hacer un Roundup.
Porque
sabes, el tiempo cuesta caro. El tiempo que hemos tardado en arrancar las malas
hierbas, es el tiempo de los enamorados. Es el de los amigos. Es el de la
familia. Es el para uno mismo, para correr, hacer manualidades, leer, caminar
con el perro. Es el tiempo de día, de noche, de fin de semana. Es el tiempo para
descansar un poco también. ¿Cuánto cuesta este tiempo? No lo he calculado. Ni
el número de horas ni lo que valen.
Lo que
sé sin embargo, es que en el momento de vender mis hortícolas, me dicen que son
caras. Me han preguntado, en un mercadillo, si eran de oro, mis zanahorias. En los
sondeos de satisfacción de mis clientes, contestan que es caro…
Pues tengo
una pregunta. Todas estas personas que aplaudirían a la prohibición del glifosato
(o de cualquier otro plaguicida) ¿estarían dispuestas a pagar más por unas
hortícolas producidas sin la ayuda de esos productos “salva-tiempo”? ¿Estarían
dispuestas a ayudar a quitar hierba en nuestros campos? ¿A extender y recoger
las mallas anti-insectos, día tras día? ¿A asumir con los agricultores las
pérdidas provocadas por las plagas y las enfermedades? Probablemente no…
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UNA
REFLEXIÓN COLECTIVA
Si se
quiere eliminar esos productos de la agricultura, es toda la sociedad que tendrá
que seguir y cambiar. Se da sin contar para la investigación para encontrar una
solución contra el cáncer, pero se niega el pago para alimentos exentos de
productos cancerígenos. Se consideran los alimentos como cualquier otra
mercancía, cuando es el carburante que le entregamos a nuestro cuerpo.
Cuando
los productores como nosotros habrán tirado la toalla, abandonado sus horcas,
azadas, mallas y palas, ¿Qué quedara para alimentarnos? ¿Multinacionales de la
alimentación, que también tendrán participaciones en la sociedades farmacéuticas?
¿Estaremos alimentados por las mismas sociedades que también nos proveerán en
medicamentos (al precio fuerte) y para las cuales habremos financiado nosotros
mismos la investigación?
Desgraciadamente
no tengo soluciones que proponer. Pero creo que una buenas reflexión colectiva
está por hacer…”
Sabes, porque ya lo he escrito en varias ocasiones, que
no soy un simpatizante el ecológico como ideología, especialmente porque no
estoy de acuerdo con el fondo: todo lo que es natural no es bueno, y se usan en
ecológico productos tóxico y contaminantes, claramente peores que sus
equivalentes de síntesis.
Pero tengo el mayor respeto por los agricultores ecológicos,
que tiene que producir y vivir con menos medios que los agricultores en producción
integrada o en producción convencional. Tiene los mismos problemas, pero no disponen de las
mismas soluciones. Los precios de venta supuestamente compensan, pero no es
siempre el caso.
Donde comparto totalmente su opinión, es en la
importancia, y la urgencia, de una reflexión profunda y exhaustiva sobre el
funcionamiento de la distribución de los bienes, especialmente los alimentos,
en nuestras sociedades llamadas “avanzadas”.
¿Es normal y aceptable que el consumidor pague entre 5 y
10 veces el precio cobrado por el agricultor?
¿Es normal y aceptable que el productor entregue a menudo
sus productos sin conocer su precio de venta?
¿Es normal y aceptable que el productor reciba a menudo
una liquidación (un precio) inferior a su costo de producción?
¿Es normal y aceptable que la agricultura, base de
cualquier economía, ya que es la producción de alimentos y de materias primas,
sea en tan mal estado, que los países ricos la tengan que subvencionar, y que
en los países pobres, los agricultores sean entre los más pobres?
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Algo
funciona muy mal en nuestro planeta, y no se trata de contaminación o de salud.
Se trata en primer lugar de elecciones políticas que
ponen en el último lugar los que no se expresan ya que trabajan demasiado duro
y son a menudo resignados frente al poder de la Naturaleza y frente a su propia
impotencia frente a la Administración, la prensa y la sociedad.
Vivimos en un mundo de fanfarrones y de mentirosos, en el
que el que gana es el que grita más fuerte, en el que se glorifica y se
recompensa el juego, la apariencia, y los estragos, pero en el que se penaliza
el trabajo, la honestidad, le ética, el respeto, la discreción.
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