AGROECOLOGÍA (EL SUELO) – PODER DE DESCONTAMINACIÓN
A principios de los 90, un agricultor sueco, Göran Olsson,
preocupado por los riesgos de consecuencias medioambientales de sus prácticas
agrícolas, tuvo la idea de confinar sus efluentes fitosanitarios en una suerte
de fosa llena de tierra y de materia orgánica. Su idea era de evitar la
contaminación cerca de su punto de llenado y lavado, con la hipótesis que los
efluentes, con el tiempo, perderían todo o parte de su potencial contaminante.
Imagen: http://biobeds.net/media/2016/03/070110-Goran-Olshon-biobed_webb.jpg
Los efluentes fitosanitarios son constituidos por las
aguas contaminadas por pesticidas de síntesis o pesticidas naturales,
procedentes de salpicaduras durante la fase de llenado de las máquinas de
tratamiento, de fondos de cubas que la bomba no consigue aspirar, de los restos
de caldos no aplicados al cultivo, y sobre todo del agua contaminada generada
por el lavado de las máquinas después las aplicaciones. Las aguas de lavado
constituyen en general cerca del 90% del total de los efluentes fitosanitarios.
Puede ocurrir también, aunque de manera excepcional, que
durante la preparación de una cuba, se produzca una reacción química (debida a
la calidad del agua, a la temperatura, o a la mezcla de productos), o
simplemente un error de manipulación (introducción por error en la cuba de un
producto no adecuado o prohibido) que haga que el caldo fitosanitario no se
pueda emplear. En este caso, esta cuba entra también en los efluentes
fitosanitarios.
Me imagino que varios intentos habrán sido necesarios
para conseguir un resultado coherente, pero el hecho está claro. Este señor
invento un principio, llamado lecho biológico, o biobed, posteriormente
estudiado científicamente y modificado para mejorar su efectividad, que permite
que el agricultor reduzca mucho los efectos colaterales de los tratamientos
fitosanitarios. El gigante de la agroquímica Bayer propone una optimización del
principio bajo la marca Bayer Phytobac®, cada vez más reconocida en el sector
agrícola. Se trata de un biobed mejorado que permite reducir su volumen a la
vez que garantiza un funcionamiento óptimo.
Los plaguicidas, si se concentran de cantidad importante,
son potencialmente peligrosos para el medioambiente.
Es cierto para los pesticidas de síntesis, aunque las
moléculas actualmente disponibles en Europa presentan un riesgo muy bajo, en
comparación con las moléculas prohibidas en los últimos años.
También es cierto para los pesticidas “naturales”,
autorizados en agricultura ecológica. Es que muchos de estos pesticidas son
extractos vegetales o productos sintetizados a partir de bacterias y son, a fin
de cuenta, moléculas químicas que tienen efectos medioambientales similares a
los pesticidas de síntesis (riesgo para los suelos, para la fauna acuática,
para las aves, etc). Sobre este problema, ver mi serie en curso “Natural vs
sintético” https://culturagriculture.blogspot.com.es/search/label/ES-%20Natural%20vs%20sint%C3%A9tico,
de la que, hasta la fecha, he editado tres capítulos,
Por eso es muy importante que, sea cual sea el modo de
cultivo adoptado, excepto la agricultura biodinámica, los efluentes sean
adecuadamente controlados.
Muchos agricultores, preocupados por este problema, pero
sin disponer de un sistema efectivo, han tomado disposiciones para evitar que
sus efluentes fitosanitarios sean una fuente de contaminación. Muchas fincas
disponen de una fosa en la que se recupera y se confina, esperando su
evaporación o esparcirlo, después de su dilución en agua, en zonas sin cultivo
y alejadas de fuentes de agua (pozos, arroyos, estanques, balsas, etc.). Pero
este método tiene límites. Sin embargo es mejor que de no hacer nada y de mirar
por otro lado…
Durante varios años, este invento quedo limitado a pocos
agricultores, sin extenderse realmente. Pero en 2007, en Francia, tuvieron
lugar varios encuentros políticos, llamadas “Grenelle Environnement”, con el
fin de tomar decisiones que influyan directamente sobre las consecuencias
medioambientales de las distintas actividades humanas. Esos encuentros dieron
lugar a textos de ley, a normas de funcionamiento destinadas a todos los
sectores económicos. En lo que respecta a la agricultura, fue la señal de
lanzamiento de toda una serie de inventos y de normalizaciones que afectaron
especialmente al uso de pesticidas y fertilizantes, naturales o de síntesis.
El principio del biobed marco así su gran despegue. En la
actualidad, varios miles de esos biobeds funcionan en Francia, y cerca de una
veintena de principios de destrucción de los efluentes fitosanitarios agrícolas
han sido autorizados por el Ministerio de Agricultura. Pero un solo principio
puede ser considerado como biológico, el biobed, y en concreto, el Phytobac®.
Todos los otros principios llevan a un residuo contaminado (filtros, bolsas,
lodos u otros), del que hay que organizar la recogida, que hay que transportar
con todas las precauciones adecuadas, hasta una empresa especializada, para
luego tratarlo.
El
biobed permite realizar el tratamiento de descontaminación de manera local, sin
peligro, sin transporte, ni incineración, ni proceso industrial.
Imagen: http://www.biobeds.org/uf/40000_49999/45709/6465e52a32a06201bd03da69cb441727.jpg
Lo
que la ciencia demostró, y especialmente el INRA (Instituto Nacional
de Investigación Agronómica) en Francia, que ha trabajado mucho tiempo sobre el
principio del biobed con el fin de averiguar si funciona, es que las moléculas químicas, de síntesis o no, son naturalmente
descompuestas por la flora bacteriana del suelo, para convertirlas en elementos
o moléculas simples, no contaminantes, naturalmente presentes en el medioambiente,
como son el agua, el gas carbónico o el carbonato cálcico. Este proceso
requiere tiempo (del orden de 4 a 6 meses), pero es real y completo. Solo
algunas moléculas, actualmente prohibidas, resisten a este proceso,
especialmente el DDT. La degradación del DDT en los suelos requiere varias
decenas de años, pasando por varios estados, DDD y DDE.
Pero todas las moléculas actuales son degradadas en
totalidad en los suelos en un plazo que va desde pocas horas a algunos meses.
De hecho, es uno de los criterios que las autoridades competentes consideran actualmente
imprescindibles para aceptar la homologación de una nueva molécula o la
renovación de una antigua.
¿Cómo
se hace un biobed?
En el
sistema original sueco, el área de lavado es simplemente
constituida de una fosa rellenada con tierra y materia orgánica en la que caen
y se quedan los efluentes. La Naturaleza hace su obra, la hierba crece y
participa a la efectividad del sistema. Sin embargo, las fincas grandes tienen
que prever superficies importantes, las instalaciones son complejas y costosas,
y es muy difícil asegurar su correcto mantenimiento. Además, los riesgos de
rebosamiento son elevados.
El
Phytobac® optimizado retoma la misma idea, pero integra
determinados criterios destinados a aumentar su efectividad, reduciendo su
volumen, mejorando su mantenimiento y aumentando su seguridad. Los efluentes
pasan por un área de lavado totalmente impermeabilizada, se almacenan en un
depósito y se aplican en el contenedor de degradación/evaporación por un juego
de bombas. La profundidad del substrato es limitada ya que la flora microbiana útil
aerobia (que necesita aire) solo se mantiene en los 50 primeros centímetros de
profundidad.
Total, el principio es el mismo, pero la puesta en obra
es diferente, para mejorar la eficacia, la seguridad y el control.
¿Cómo
hace el suelo para descomponer esas moléculas?
En realidad, son las bacterias del suelo que se hacen
cargo. Atacan directamente las moléculas y las descomponen rompiendo los
enlaces químicos entre los átomos.
Las
moléculas agroquímicas son todas compuestas por elementos muy comunes, C,
H, O, N, Ca, Cl, S, K, Cu, Fe, F, P, Zn, Mg, Mn, que son todos elementos naturalmente presentes en los suelos y que
constituyen casi todos son elementos nutricionales para las plantas. Lo que
hace la química, es combinar esos elementos entre sí, con enlaces determinados,
para formar moléculas con usos específicos.
Esos elementos, cuando estén liberados de los enlaces que
crean la molécula, se van recombinar para formar otras moléculas ordinarias
como son el agua, el gas carbónico, etc.
Algunos elementos, especialmente los metales, se quedan
en el biobed. Por lo tanto hay que vigilar los niveles de estos metales en el
sustrato para evitar la contaminación del biobed. Cuando las concentraciones se
acercan a los niveles considerados peligrosos (según las normas de
contaminación de los suelos vigentes), se renueva el sustrato. El sustrato
viejo, no tóxico si las normas se cumplen, es decir si se renueva antes de
haber alcanzado los niveles máximos autorizados de carga de metales, se esparce
en la finca, en una gran superficie, de manera de diluir aún más la presencia
de metales.
Para darte una idea, el sustrato de un Phytobac estudiado
para una finca de frutales de unas 50 hectáreas, representa unos 3.000 kg de
tierra. Se considera que se puede esparcir un máximo de 10.000 kg de sustrato
por hectárea. El peso de tierra agrícola (los 60 primeros centímetros de
profundidad), representa aproximadamente 10.000 toneladas (10 millones de kg)
por hectárea.
El sustrato no debe pasar de 50 mg de cobre por kg de tierra.
Esparcido y mezclado en 1 hectárea, se reduce la concentración 1000 veces, con
un resultado insignificante, ya que inferior a los niveles naturales de esos
elementos en la mayoría de los suelos.
De media, el sustrato será renovado cada 5 a 10 años, dependiendo
especialmente del empleo de cobre y de cinc, los metales más utilizados en
agricultura, convencional y ecológica, ya que son elementos naturales, que son
a la vez potentes fungicidas, bactericidas, e importantes elementos
nutricionales.
Sin embargo, su exceso es tóxico, tanto para las plantas,
como para fauna, la microfauna y la microflora del suelo.
Con el fin de favorecer la actividad bacteriana, hay que
airear el sustrato una a dos veces al año incorporando paja o cualquier otra
materia orgánica rica en lignina, que servirá de alimento básico para las
bacterias.
Es pues un método biológico de descomposición de los
químicos que permite, mediante unas buenas prácticas agrícolas, evitar al
máximo los efectos colaterales de los tratamientos fitosanitarios, tanto en
agricultura convencional, como en agricultura ecológica.
También es una
característica de los suelos, de ser capaz de descomponer las moléculas
químicas. Los suelos químicamente contaminados son pocas veces suelos
agrícolas. Solo el DDT y algunos organoclorados o herbicidas residuales, desde
muchos años prohibidos, resisten a la degradación. Se encuentran todavía en
muchos suelos, más de 40 años después de su prohibición, pero en niveles
extremadamente bajos. La degradación se produce, pero es muy lenta.
Fuente: INRA
Los casos de contaminación son generalmente debidos a
accidentes, con lo que son muy puntuales, o a contaminaciones industriales o
mineras.
En fincas agrícolas, solo las proximidades de los puntos
de lavado y de llenado pueden presentar contaminaciones notables, pero en
superficies muy reducidas.
Sin embargo, los riesgos de contaminación de aguas
superficiales y subterráneas quedan relativamente importantes por arrastre por
las lluvias, especialmente de los efluentes acumulados cerca de esos puntos
críticos.
Tenemos
ahora la posibilidad de evitar las contaminaciones involuntarias de los suelos
y de las aguas debidas al empleo de los plaguicidas, naturales y sintéticos. Se
trata sin lugar a dudas de un progreso importante para la durabilidad de la
agricultura y para evitar al máximo los efectos indeseables de la protección de
los cultivos.
La preocupación de los usuarios crece, pero en general,
todavía no lo suficiente como para medir el interés de la inversión en este
tipo de equipos.
Sin embargo la preocupación del público crece mucho, no siempre de manera justificada,
ni siquiera razonable, bajo la presión de varios grupos de presión de los que
ya he hablado en varias ocasiones.
Pero esta preocupación, aunque en general sea ampliamente
exagerada, debe ser un motor de evolución y de innovación.
Sin
embargo es sorprendente constatar la falta de interés de las administraciones
gubernamentales para este tipo de progreso.
Todo el mundo se escandaliza de las contaminaciones de
todos tipos, o de los riesgos ligados al empleo de plaguicidas, naturales o
sintéticos, pero las administraciones se muestran torpes a la hora de tomar
decisiones drásticas sobre el tema. El tratamiento de efluentes está bien
tomado en cuenta en solo dos o tres países, especialmente en Francia. A pesar
de esto, incluso en Francia no es obligatorio. Es una fuerte recomendación
apoyada por ayudas a la inversión. Además solo toma en cuenta el riesgo de
contaminación de las aguas, superficiales y subterráneas, no de los suelos.
Algunos grupos de supermercados, o protocolos de calidad
empiezan a tomarlo en cuenta, pero una vez más, no existe, al día de hoy,
ninguna obligación sobre el tema. Solo los accidentes están sancionados.
¿No
sería más inteligente y efectivo de hacer que el control y el tratamiento de
los efluentes sea obligatorio, con el fin de evitar los accidentes, cuyas
consecuencias siempre son graves?
El suelo, por su vida microbiana, tiene la capacidad de
protegerse descomponiendo las moléculas que puede serle nefastas. Es esta
característica que el biobed aprovecha. Un empleo racional de los plaguicidas
modernos no presenta riesgo para los suelos, si son adecuadamente gestionados.
La vida microbiana natural en todos los suelos es normalmente suficiente para
degradar todas las moléculas actualmente disponibles, a la condición que las prácticas
agrícolas permitan una buena aireación de las capas superficiales.
Conviene sin embargo tener cuidado en al menos dos
situaciones específicas :
- Los
suelos muy arenosos tienen en general una vida microbiana débil o nula. El
empleo de los plaguicidas debe ser ahí especialmente cuidadoso. Es aún más
cierto sabiendo que esos suelos tiene poca capacidad a retener las moléculas,
que podrían llegar rápidamente a los acuíferos sin haber tenido tiempo de ser
descompuestas.
- Los
cultivos o métodos de cultivo que emplean sales metálicas en gran cantidad. Es
el caso de algunos cultivos como la viña o el olivar. También es el caso de la
agricultura ecológica que, a falta de disponer de la diversidad de fungicidas
sintéticos, emplea sales de cobre y de cinc de manera repetida. Los metales no
se pueden degradar y se pueden acumular hasta niveles peligrosos.
Imagen: https://www.research.bayer.com/img/27/Phytobac/wasser_grafik_1075px_en.jpg
El
empleo de los plaguicidas naturales o sintéticos es una práctica útil, segura,
e incluso ecológica, gracias a la productividad que permite alcanzar, en la producción
de alimentos. Pero para ser sostenible, es imprescindible tomar una serie de
precauciones para evitar las contaminaciones de suelo y agua mediante
precauciones como el control de efluentes fitosanitarios.
El
propio suelo nos da el recurso para cumplir con esta necesidad, gracias al
biobed.
El
suelo es un recurso imprescindible, vivo y frágil.
Es nuestro deber de usuarios, agricultores, jardineros,
hortelanos u otros, de cuidar mucho de él. También es necesario entender su
funcionamiento para poder aprovecharlo lo mejor posible, sin perjudicarlo.
Conocer
su suelo es imprescindible para una agricultura sostenible.
La agronomía es una ciencia que todavía tiene mucho que
descubrir.
Algunos incluso consideran que es una de las principales
exploraciones que los humanos deben todavía realizar.
El
porvenir de la humanidad se encuentra debajo de nuestros pies, cuidemos mucho
nuestros suelos.
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