dimanche 4 janvier 2015

23- ¡Todos culpables!

Hoy, me siento indignado.
¿Sera por culpa del cansancio después de una campaña que acaba de terminar? Es posible. Habrá sido estresante y complicada.
He compartido con vosotros, algunos de los problemas de la campaña.
Pero al final, si reflexiono sobre los distintos casos que os expuse, y otros casos que no conocéis, llego a una conclusión muy sencilla.
¡Todos somos culpables!

Culpables de tontería, culpables de pasividad, culpables de dejarnos hacer por un sistema que explota a los más débiles y los más tontos.
Con el resultado de un inmenso despilfarro.

El productor es culpable de debilidad frente a los distribuidores. Tiene tanto miedo a perder un cliente, que acepta sin protestar protocolos de producción a veces coherentes, pero a menudo absurdos. Se entrega solo, pies y manos atados, a un sistema de distribución que lo comprime hasta ahogarlo. Con eso, se hace incapaz de defender un producto diferente, a pesar de sus grandes cualidades.
También es culpable de individualismo fuera de lo normal. La distribución de los bienes de consumo está organizada desde varias décadas entorno a grupos poderosos, poco numerosos, y que de esta manera, han creado un verdadero poder económico. Imponen su visión de la economía a toda la sociedad.
Los productores, al revés, son miles, individualistas, mal organizados, asustados por su propia competencia, dejando así campo libre a los poderosos, de imponerles su manera de ver el mundo.

El distribuidor es culpable de organizar el sistema para su único interés. Poco le importa en realidad el producto que vende, ni su origen, ni siquiera su calidad. Solo quiere que el consumidor vuelva, y quiere ser inatacable. Es su único objetivo.
A estos efectos, se inventa protocolos que tiene como único objetivo, de poner el consumidor en confianza, y sobre todo, de poder echarle la responsabilidad a otro, más débil, en caso de problema. Estos protocolos de producción, no siempre son compatibles con las exigencias de la agricultura, de la naturaleza, pero el productor no tiene más remedio que de seguirlos al pie de la letra.

El consumidor coge lo que se le propone, sin protestar, sea cual sea la calidad, sea cual sea el precio. Todo el mundo protesta por los problemas de calidad, pero pocos son los que reaccionan.
El consumidor es también culpable de comprar sin cuestionar nada, de ir a lo más fácil, y de volver, aunque la anterior compra no haya sido satisfactoria.
El consumidor es culpable, al igual que el productor, de no organizar la defensa de sus propios intereses. Las asociaciones de consumidores son demasiado débiles, mal organizadas, a veces en competencia entre sí, y no consiguen representar un verdadero contra-poder.

Las administraciones públicas, en su conjunto, son culpables de no ver, o de no querer ver, o de tener miedo de ver como las políticas exageradamente liberales de las últimas décadas, dejan pleno poder a los sistemas de comercialización, en detrimento de los sistemas de producción. Como en paralelo, ninguna política efectiva de protección de los mercados ha sido puesta en marcha (no hablo de proteccionismo, sino de medidas de protección), asistimos a la autodestrucción de la economía llamadas avanzadas. Se vende cada vez más, se produce cada vez menos y nuestras sociedades, antiguamente llamadas industrializadas, se transforman poco a poco en sociedades de servicios.
Se inventan sistemas de controles, sistemas de controles de los sistemas de controles, damos muchas vueltas y la producción desaparece inexorablemente. Es delocalizada hacia países donde la mano de obre es más barata, y más dócil. Ahí, se produce más barato, ahí se puede producir con el mismo nivel de calidad, y el coste del transporte no es una limitación. Frente a una política de apertura de las fronteras, los productores locales no pueden hacer nada, y solo son condenados a sobrevivir, el tiempo que pueden hacerlo.

Y nuestra sociedad evoluciona a gran velocidad hacia una uniformización generalizada, deseada e iniciada por el sistema de distribución y de comunicación.
Lo veo desde mi punto de vista de productor de frutas. Vamos hacia una uniformización de las frutas.
Las empresas no tienen más remedio que de seguir en esta huida hacia delante. Se arranca todo lo que ya no se corresponde con las exigencias del mercado, a pesar de sus grandes cualidades. El mercado quiere productos bonitos.
¿Y buenos? Si también, por supuesto. Pero solo si son bonitos.
Pues tenemos que producir bonito. Es una cuestión de supervivencia.
Sin embargo, la agricultura trabaja sobre el vivo. Y las plantas no son todas idénticas. Las fincas se están convirtiendo en fábricas. Fábricas de alimentos, pero fábricas sin techo. Hay que fabricar productos uniformes, sin tener la posibilidad de controlar totalmente el proceso de fabricación. Es que la planta vive, soporta estimulaciones de todas clases, y reacciona.
Las reacciones imprevistas de la planta, o las agresiones que soporta, originan daños en el producto.

A pesar de todo, hay que producir más kilos comercializables. Pues los kilos no vendidos no cuentan. O mejor dicho sí cuentan, en negativo. Han exigido trabajo, energía, se han alimentado de la planta, en competencia con otras frutas, para terminar no vendidos, se llame industria o basura.
Olvidemos pues las variedades sensibles al sugar spot, olvidemos las variedades sensibles a la gota de agua, olvidemos las variedades sensibles a lo que sea.
Nos hace falta fruta de primera, y solo fruta de primera. Todo bonito. Bonito hasta el aburrimiento.
Ya no hay sitio para lo manchado, lo rozado, lo deformado, lo picado, lo granizado, total, para lo feo, aunque sea una delicia. Pues se debería demostrar que es bueno, hacerlo probar, hacer esfuerzos de márketing, convencer, total, gastar dinero para venderlo.

Conviene señalar algunas iniciativas interesantes en Francia. ¡Vaya! Proceden de supermercados. Es bastante raro, ya que son ellos que originaron la normalización.

¿Será una reacción de culpabilidad? ¿No será, más bien, un nuevo mercado a explotar? ¿Con el pretexto de una buena acción para el planeta?

El productor está condenado al productivismo (como lo explicaré en un próximo artículo), por un sistema en el que el consumidor es el gran responsable, sin ser consciente de su responsabilidad.
Porque si el consumidor, vosotros pues, y yo también, sistemáticamente elige la fruta más bonita, es la más fea que se queda en la estantería, que se deshidrata, se arruga, se pudre, y termina a la basura.
¿Cuál es la reacción del vendedor? Solo proponer frutas que el consumidor no va dudar en comprar, pues frutas bonitas.
Y si bonito significa insípido, no pasaba nada hasta hace poco. Sin embargo, una luz de esperanza aparece desde unos años.

Mirad atrás, la historia del tomate. Es típica, y todo el mundo la ha vivido, a menudo sin conocerla.
En los años 90, aparece por casualidad, en un programa de mejora varietal, un gen en una variedad, que alarga considerablemente su vida después de la recolección. Llaman estos tomates long life (larga vida). Por desgracia, con este gen, el sabor casi desaparece. No importa, el tomate se convierte en un producto resistente a la conservación, al transporte, a la manipulación, a las estancias prolongadas en las tiendas.
Los tomates se vuelven bonitos, todos idénticos, se conservan muy bien, pero no saben a nada.
El mercado, viendo las enormes ventajas que representa, para  él, este gen, favorece su desarrollo, con el apoyo de los productores, con la consecuencia de una generalización de su cultivo, una generalización de su comercialización…y una bajada del consumo.
Importantes esfuerzos se están realizando para mantener las cualidades del gen long life, pero mejorando el sabor. Variedades nuevas han empezado a aparecer, que intentan combinar ambas cualidades.

Este esquema es la tendencia actual del mercado, para todos los productos.
¿Es positivo? A largo plazo, es probable. Pero para las generaciones que estamos viviendo esta transición, no es lo ideal, ni mucho menos.
El futuro va hacia una uniformización de las frutas en su presentación, su calibre, su color, su brillo, su aguante, e incluso su sabor.
De esta manera, se reducirá el desperdicio, punto muy positivo, pero ¿comeremos mejor por eso?

De momento, estamos en un esquema en el que la sostenibilidad solo es una ilusión, o mejor dicho, es un argumento comercial. Si de verdad fuera una prioridad, las autoridades políticas habrían impuesto algún tipo de sistema que permita evitar este despilfarro.
Pues tiramos, destruimos, incluso a veces las autoridades pagan para destruir. Se llama la retirada.

Cada uno de estos contenedores lleva unos 300 kgs de nectarinas que no se admiten en el mercado por sus defectos de aspecto. ¿Os parece normal que esta fruta tenga que ser destruida?

Entre todos los problemas del año, he tenido el honor y la alegría (¿?) de participar a la destrucción de más del 20% de la cosecha, 1500 toneladas de melocotón y nectarina, 1 millón y medio de kilos, más de  ¡¡¡10 millones de frutas!!!
Es muy probable que la campaña 2014 termine negativa. No lo voy a saber con seguridad antes de dos meses, cuando todos los pagos estén efectuados, y los litigios resueltos.
¿Quién habla de sostenibilidad?
¿Ya entendéis porque estoy indignado?

Pero sabéis, estoy protestando contra estas disfunciones con sentido único, que considero como una gangrena de nuestra sociedad. Sin embargo, aporto un especial cuidado al cumplimiento, a raja tabla, de los numerosos protocolos a los que la empresa que me emplea está adherida. Y es que aparecen más cada año.

No os preocupéis por mí. A partir de ahora, inicio la preparación de la próxima campaña, que tomare con la misma ilusión de siempre. ¿La terminare con un mejor estado de ánimo? Respuesta en un año.

Si solo tengo que recordar una imagen, será de haber tenido que arrancar árboles, con la fruta todavía colgando. ¿Lo recordáis? Es mi publicación nº 18, del mes de mayo “intemperies -1- fealdad”.
Voy a necesitar tiempo para recuperarme… 

Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire